Escrito por:
Julio Bautista Rodriguez
Pasó mucho
tiempo pensando como demostrarle el intenso amor que sentía por ella. Hacía
poco más de un año que se conocían, sabía que estaba soltera, sin compromiso
alguno, pero un indescifrable misterio rodeaba a la bella y atractiva chica,
nunca hablaba sobre ella y siempre se le veía sin compañía.
Aquel
lunes, decidió regresar a la oficina más temprano que de costumbre, llevando
consigo el más hermoso ramo de rosas jamás antes visto, colocándolo cuidadosamente sobre el escritorio de ella.
Poco mas
tarde al arribar la chica, sin poder disimular su asombro dirigió al impávido
hombre que apenas lograba sostenerse sobre sus piernas, una mirada que más que
alegría por la sorpresa reflejaba tristeza y melancolía. Sonrió nerviosamente y
le agradeció la gentileza hacia su persona.
Aprovechando
la ocasión, el le dejo saber cuanto significaba su presencia y lo importante
que podía ser ella para su vida.
Las
palabras de la joven dejó confundido al tierno enamorado. No eres merecedor de
mí, le dijo, vivo en un mundo muy complicado disfrutando cada día como si fuera
el último de mi vida.
El hombre
no comprendía como una persona tan carismática podía vivir tan solitaria.
Muchas dudas acudieron a su cabeza, pero ninguna de estas lo alejaron de sus verdaderas
intensiones.
Al
siguiente día, las rosas habían abierto de manera impresionante, contagiando
todo el espacio con su perfume seductor. Cerró los ojos y por un instante la
imaginó a su lado rozando sus labios con los de ella y acariciando sus finos y
rubios cabellos.
El timbre
del celular interrumpió su fantasía y aunque no conocía el número contestó.
Buenos días,
dijo una voz débil y confusa desde el otro extremo de la línea. Era la chica comunicándole
que se ausentaría al trabajo por encontrarse delicada de salud.
No te
preocupes, descansa y recupérate le dijo el hombre, no sin antes ofrecerle su
ayuda.
Dándole las
gracias, la joven cortó la llamada sin un adiós.
A la mañana
siguiente, recibió otra llamada dejándole saber que continuaba enferma, esta
vez su voz se escuchaba lejos, como perdida en el tiempo.
El hombre
miró las rosas, que continuaban frescas y olorosas como sustituyendo su
presencia, pero percibía algo extraño al observarlas. Tras sentir una
corazonada, paso la vista detenidamente por el escritorio de la joven y tomo una pequeña nota que sobresalía entre
el resto de los papeles cuidadosamente organizados, donde se podía leer.
“Perdóname,
no tuve el valor para decirte que también te amaba, ya no regreso mas”.
Sintió
detenerse su corazón, su respiración se cortó por un instante, trató de decir
palabra alguna y no pudo gesticular, simplemente, creyó su vida acabada con su
partida.
Desesperadamente
trató de comunicarse al número de teléfonos que guardaba en la memoria del
suyo, pero todos los intentos fueron fallidos, era evidente que había apagado
su celular o peor aun lo había desconectado.
Durante
todo el día trato de comunicarse sin lograr resultado, trato de conciliar el
sueño al llegar la noche pero fue imposible.
Al
amanecer, decidió no ir a trabajar, pensó en ella, pensó en las rosas, pensó en
la nota, así estuvo por los siguientes dos días.
Cuando
regresó a la oficina, aun sin fuerza y sentimentalmente herido, su sorpresa no
pudo ser mayor, las rosas no estaban en el lugar que ocupaban, trató de buscar
una explicación, pero otra nota esta vez en su escritorio aclaró todo. “Vine
por las rosas, estarán conmigo por siempre, aquí te dejo las llave de la
oficina, espero seas feliz”.
Desplomándose
sobre una silla, trató de comprobar que lo que estaba viviendo era real y al
reaccionar lloró desconsoladamente.
Perdiendo
la noción del tiempo, deambuló por las calles, veía su imagen en el rostro de
otras mujeres, gritaba su nombre sin saber a quien llamaba.
Cuando el
devastado hombre logró organizar sus pensamientos, se propuso localizar la
residencia de la mujer a la que amaba con loco frenesí.
Valiéndose
de las redes sociales, consiguió una buena pista que lo llevó a un edificio de
apartamentos en las afuera de la ciudad. Era un lugar tranquilo, accedió a su
interior y tomo el ascensor hasta el piso numero ocho, busco el número del
apartamento y accionó el timbre, nadie respondía en su interior. Decidido a
todo, tocó con el puño de la mano tan fuertemente que la vecina abrió su puerta
para ver que sucedía.
Ahí no vive
nadie, dijo la sexagenaria mujer.
Busco a
esta persona, le dijo el rápidamente.
Ah, es
usted su enamorado, continuó la señora.
Como lo
sabe? Preguntó el sorprendido hombre.
Muchas
veces ella hablaba de usted, que pena que no pudieron compartir una bonita relación.
Aquí hay
una carta que ella le dejó antes de partir, sabía que usted vendría.
Antes de
partir a donde, preguntó él.
Al cielo,
contestó la mujer. Ella se ha ido al cielo, reafirmó.
El rostro
del hombre palideció, incrédulo comenzó a llorar, se arrodilló y juró buscarla
en el mas allá. Estuvo mucho tiempo inmóvil, preguntándose una y otra vez
porque, sin obtener respuesta.
Ya de noche
en su habitación decidió leer la carta. En esta explicaba detalladamente la
penosa enfermedad que padecía y le pedía perdón por no haberle confiado sus
problemas, pues no quería verlo sufrir.
Allá te
espero, escribió en su última línea antes de terminar con un te amo.
Cuando
amaneció, aun débil, sin poder contener sus lágrimas, fue hasta el cementerio
donde depositaron sus restos, cuya dirección aparecía en la carta evidenciando
que había arreglado todo de ante mano, al acercarse a la tumba donde yacía,
encontró junto a su fotografía el ramo de rosas rojas que el le había regalado
con señales evidente de que morían junto con ella.
Mirando
fijamente su fotografía murmuró, yo también te amo. Permaneció en silencio
durante largas horas, cayó la tarde y al llegar la fría noche el hombre casi
desfalleciente aun permanecía junto a la tumba, nada ni nadie hubiese podido
consolarle.
Al aclarar
el día, los celadores del cementerio activaron la alarma para comunicar que habían
encontrado un cuerpo sin vida sobre una tumba, cuando lograron reconocer el
cadáver se trataba del eterno enamorado, aquel que murió de frío para estar
junto a su amada.
JBRA.