Era una bella
tarde invernal, la gran ciudad parecía de fiesta. Decidí salir a trotar por el
viejo puente, que hacía unos años servía de tráfico comercial y que ahora lo habían convertido en un paso peatonal con fines
turísticos. Pensé detenerme en este para ver la puesta del sol como solía hacer
tiempos atrás.
Cuando
hacía el recorrido, justo en la mitad del puente, que a la vez es la parte más
alta, una muchedumbre, la mayoría con sus celulares en la mano, filmaban la
actitud sospechosa de un joven que desde el lado opuesto, al parecer intentaba arrojarse al vacío.
Al
acercarme más al grupo, escuché dos o tres
personas tratando de persuadirlo para evitar el acto, mientras el resto
permanecía en silencio, quizás pensando en grabar un buen video para subirlo a
las redes sociales y tener su minuto de fama.
Al observar
tan desagradable espectaculo, se me ocurrió correr unos metros más hacia delante
y retroceder por el camino que estaba mas cerca al joven, pero antes desabroché
uno de mis zapatos como buscando un pretexto conmigo mismo para detenerme junto
a el.
Mis
pensamientos se volvían confuso en la medida que me acercaba, no quería asustarlo y no tenía
idea de como comenzar la conversacion.
Una vez
llego el momento le pregunté. ¿Tu crees en Dios hermano? No, fue su respuesta. Al
escucharlo me senti confundido, a decir verdad esperaba un si.
Rápidamente tome la
iniciativa y le dije, entonces permíteme orar por ti.
Me
arrodillé, cerré los ojos y levanté los brazos como había visto que hacen los
devotos y con palabras claras y en voz alta para que me pudiera escuchar sin
dificultad comencé una improvisada oración.
Señor, ante
la firme y difícil decisión que este valiente joven ha tomado, te imploro le
concedas una muerte rápida, de manera que su familia no tenga que sufrir lo que esta
sufriendo la mía, con el fallido intento de suicidio de uno de mis hermanos. No
lo dejes paralítico para que otras personas no lleven sobre sus espaldas su
peso. Evítale con una muerte instantánea las interminables terapias en los
hospitales, que parten los corazones de quienes escuchan los gritos de dolor. Por
último, te pido señor, le des valor a su madre para que acepte la muerte de su
hijo y no pase lo que mi vieja pasó al ver a su hijo muerto en vida sin poderlo
ayudar.
No alcancé
a decir amén, cuando sobre mi cuello se abalanzó el joven en puro llanto y
pidiendo disculpa por la estupidez que estaba a punto de cometer. Le di un
abrazo y comencé a llorar junto con el pues también tengo hijos y no quisiera
pasar por un momento tan desagradable.
Volví a
mirar al cielo, como buscando de donde había salido el milagro, entonces
recordé haber escuchado que Dios obra por senderos misteriosos. De cualquier
modo lo más importante es que se salvó una vida.
Justo
cuando se acercaba los carros de emergencia que alguien se dignó en llamar,
emprendí la partida, continué trotando sobre el puente y sin volver mi cabeza
atrás desaparecí entre las viejas calles de la ciudad quedando así en el
anonimato.